La fotografía ha sido para mí una forma de abordar los espacios para la vida. En el desarrollo de mi carrera como antropólogo, que fue siempre una tensión entre etnografía y arqueologia, entre cultura y naturaleza, la fotografía tendió puentes.

Las huellas que las personas dejan en el tiempo, aflorando de entre exuberante vegetación, o interminables desiertos, son escenarios para la vida que discurre irrefrenable arrojando las visiones que desde hace más de 20 intento recolectar. Con la expectativa siempre despierta de conocer más de los intersticios de este mundo, rincones donde las personas van intentando su vida en compañía de otros seres, dejando un reguero de cosas a su paso, testimonio de pasiones antiguas que vale la pena explorar.

Mi carrera académica está basada en las trayectorias que propone la vida universitaria: Grado en Antropología, Especialidad en Comunicación Audiovisual, Doctorado en Ciencias Naturales, además de un buen número de cursos y carreras inconclusas (más de las recomendables) y una trayectoria en investigación etnográfica y arqueológica acerca de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Mi formación fotográfica, por el contrario, siguió caminos muy diferentes, orientados por la curiosidad, tomando un poco de acá y un poco de allá empujado siempre por una profunda vocación. Esta trayectoria, probablemente me condujo a construir una fotografía bastante antropológica, y seguramente una antropología del todo fotográfica.

La fotografía forma parte de mi historia familiar, desde chico permanecía hasta muy avanzada la noche ayudando a mi madre en un laboratorio blanco y negro artesanal que teníamos en casa, una de las fuentes de sustento en la difícil Argentina de mi infancia. Desde muy joven me incorporé a este oficio, buscando trabajos y experiencias con mis primeras cámaras réflex analógicas Olympus que me regalaba mi padre, no por exceso de recursos, sino por una convicción de que a mi corta edad un equipo profesional no iba a quedarme grande.